Acontecimiento Silvina Ocampo
Confieso que recibí con poco entusiasmo la biografía-retrato de Silvina Ocampo, la pequeña de las seis hijas del matrimonio Ocampo – Aguirre, escrito por la periodista argentina y escritora de ficción Mariana Enríquez, a la que muchos recordamos gratamente por su colección de cuentos Las cosas que perdimos con el fuego. Me parecía que el espacio conformado por Borges- Bioy-Ocampo- SUR- era como una vaca suficientemente muñida. Pero me equivoqué y he leído con un interés absorbente La hermana menor, un ejercicio biográfico centrado en Silvina Ocampo, en muchos aspectos el reverso de su hermana mayor, Victoria, la más conocida del mundo hispano por su amistad con Ortega y Gasset y como fundadora de una revista de letras que gozó en el siglo XX de un gran prestigio intelectual. Todo lo que Victoria representó de empoderamiento femenino lo tuvo Silvina de confianza y refugio en sus poderes ocultos. Victoria dispone de varias e importantes biografías, pero se comprende que acercarse a la figura de Silvina supone un reto biográfico. Autora de una obra inquietante, casada con Adolfo Bioy Casares, amiga de Borges, Mujica Laínez, Manuel Puig o Alejandra Pizarnik y siendo hermana de una mujer célebre nunca quiso competir con ninguno de ellos por el reconocimiento. Hay mucha gente así, que sigue su propio camino, tal vez abrumada por la gestualidad ajena.
Mariana Enríquez nos ofrece un retrato caleidoscópico del personaje a partir de la única metodología aceptable en cualquier escritura biográfica: la investigación. Lo hace a través de entrevistas a quienes la conocieron y todavía pueden ofrecer su testimonio, pero también recorriendo los espacios y los textos vinculados a ella y que son leídos con inteligencia y en una clave poco habitual: Silvina; no Bioy, no Borges, no SUR, no más leyendas. Se aspira a responder a la pregunta ¿cómo era Silvina Ocampo? con la que abre el libro. Pregunta nacida de una doble consideración: era una mujer de fortuna legendaria que, sin embargo, vivía de una forma atípica tanta riqueza, pues se sentía fascinada por la pobreza que no conocía. Y que de algún modo hizo suya. Apenas salía de su enorme apartamento de 900 metros cuadrados con visibles manchas de humedad en las paredes, ignoraba la vida social, los invitados a su mesa se iban con el estómago vacío y mantuvo con Bioy una relación de mutuo amor y dependencia que solo se fracturó al final de la vida de ambos. “A veces tengo la impresión de haber vivido un poco distraído a su lado”, escribió Bioy de Silvina en sus Memorias. El libro sugiere una forma de penalización: la autora de los cuentos recogidos en Autobiografía de Irene hizo de la propia casa un espacio inhóspito, con servicio al que se pagaba por estar, como reacción a las innumerables relaciones mantenidas por Bioy a lo largo de su matrimonio, y bien conocidas de sus lectores gracias a los pasajes de su diario publicados en Descanso de caminantes. (Recuerdo cuando en 1992 le acompañé durante una breve estancia que hizo en Barcelona: al terminar su conferencia se le acercó, en medio de la multitud, una mujer de mediana edad con mirada cómplice. Bioy me cogió del brazo diciéndome: “Sáqueme de aquí, por favor”.)
Silvina callaba, tenía sus amistades y tal vez sus amores (Enríquez no consigue cuajar ese aspecto de su vida) y fraguaba relatos extraños que querían ser borgeanos, pero que el talento de su autora rompía por las costuras: en ellos un hombre ama más sus plantas que a sus hijos; un joven con porvenir se retira al campo a contar las lluvias; a una niña la acusan de matar a su padre por tener ya preparado su vestido de luto … Así todo.