Amistad, literatura y autoridad en «De corazón y alma (1947-1952)», las cartas cruzadas entre Carmen Laforet y Elena Fortún
Publicado originalmente en Huffington Post el 2/09/17
De corazón y alma (1947-1952) aúna la espléndida correspondencia entre Carmen Laforet —la genial autora de Nada (1945) y otros libros— y Elena Fortún —la portentosa creadora de Celia y Matonkikí, entre otras obras—. Sólo pudo cerrarla la muerte de Fortún, acaecida en el sanatorio de Puig d’Olena en Centelles (Barcelona).
Son un puñado de cartas amorosamente editadas, modélicas y absolutamente recomendables. Se ven los variados intereses de ambas autoras. La literatura ocupa muchas líneas: la propia, la ajena, sus muchas inseguridades y alguna certeza, todo ello aderezado con un fuerte espíritu autocrítico, sobre todo por parte de Laforet. Y, por cierto, no se observa esta mutilación que hace incompletas tantas correspondencias literarias masculinas: la ausencia de reflexión entre creación literaria y procreación; entre público y privado.
Fortún —la mayor— no tiene pelos en la lengua cuando advierte -a contrasangre- a Laforet que a los hijos (a las hijas), cuando son mayores, se les quiere sólo por el recuerdo de haberlos amado tanto, y lo declara ley de vida. Laforet, mucho más joven, relata su desconcierto al constatar que haber creado, tenido, una hija no sació su deseo y su necesidad de escribir, que creación literaria y maternidad «son cosas aparte». Como tampoco las apagó su conversión religiosa: declara que puede abandonar la vanidad, claro está, pero no la voluntad —casi el mandato— de escribir.
Las cartas muestran toda la miseria física, moral e intelectual de una época. La mazmorra específica que fue la dictadura franquista para los cuerpos, para la libertad, para las carreras profesionales, para el espíritu de las escritoras, de las pensadoras, para cualquier mujer. Por eso se lee como una victoria la larga lista de mujeres valiosas, de profesionales, de mentes privilegiadas —entreverada de lesbianas, ¿por qué no decirlo?—, que se desgrana en ella: de Josefina Carabias, a Paquita Mesa o a Carmen Conde, pasando por un largo etcétera. También asoman escritoras que aún no habían apuntado, por ejemplo, una quinceañera Esther Tusquets que se dirigió a Fortún para preguntarle cómo podía contactar con Laforet.
Una hermosa genealogía que pone de manifiesto, sobre todo, el desconocimiento de la rica red de relaciones de nuestras ancestras (despreciada por el canon) más que la inexistencia de mujeres potentes en el pasado.
Podéis leer el artículo completo en el blog de Eulalia Lledó.