Elena Belmonte se estrena con «El ángel exterminador»
El montaje teatral de “El ángel exterminador” no es la película de Luis Buñuel, pero se mantiene fiel a su esencia.
En un palacete, donde todo es lujo y poder, se reúne un grupo de personajes para celebrar una fiesta. La elegancia del vestuario contrasta desde el inicio con esos vicios que se van insinuando y que, en un largo recorrido, irán dando lugar a esa transformación entre lo humano y lo animal. Si solo en las mejores historias el final logra estar contenido (de alguna forma) en el principio, entonces estamos ante una de ellas.
La escenografía, muy cuidada en cada uno de sus detalles, consigue provocar en el espectador la misma sensación de angustia y claustrofobia que sienten los personajes. Hacia el final del desarrollo incluso consigo hacerme idea de lo mal que huelen (no solo metafórica sino físicamente).
Lo más interesante, desde mi punto de vista, es ese factor de “extrañamiento”, depositado sobre una raya divisoria entre lo de dentro y lo de fuera, que no se puede traspasar y cuyas razones no llegan a explicarse. Pero sería toda una torpeza rellenar ese silencio con palabras o motivos. Prefiero pensar que, por mal que se pongan las cosas, mejor no traspasarla; mejor que se quede todo en familia, como si, paradójicamente, el exterior pudiera contaminar. ¿No pueden salir o, inconscientemente, no quieren?
Si bien es un texto encuadrado dentro del surrealismo, la reflexión o el eco que nos deja, acerca de “lo que está podrido”, no puede ser más real.
Encuentro un acierto ese personaje coral, con algunas pinceladas diferenciadoras. Aunque no me guste tanto que casi todos los personajes femeninos se dibujen todos al amparo de los masculinos y del sexo. Pero en muchos casos, y desafortunadamente, también esto forma parte de una realidad eterna.
La versión teatral de Fernando Sansegundo es elogiable, como todos sus trabajos. O como las apuestas de riesgo de Carme Portaceli, actualmente al frente del Teatro Español.
No me atrevo a decir lo mismo de la dirección de Blanca Portillo. No acabo de creerme a todos los personajes en todos los momentos, es como si hubiera un esfuerzo demasiado ímprobo puesto al servicio de la verosimilitud, que no llega a cuajar.
Del mismo modo, considero que el personaje de La Tejedora no logra fundirse con la acción, de modo que lo único que consigue es interrumpirla y, con ello, bajar la tensión.
Quizá es difícil que esta obra guste a la mayoría, pero considero igual de difícil que deje indiferente.
Teatro Español, hasta el 25 de febrero.
Elena Belmonte