Historia de una mujer confinada
No se si alguna vez estaremos preparadas para hacerle frente al expolio patriarcal. Ser testigos resignados de como nos incautan la dignidad de forma ilícita, como si hubiera alguna forma lícita de hacerlo. Ser mujer y esperar que la rabia y la indignación te suba hasta la garganta, suele ser el plato fuerte de cualquier crisis. No es el primer golpe pandémico que sufrimos, ni el último. Precariedad, pobreza, invisibilidad y recorte de derechos. Cientos de analistas, expertos y profesionales androcentristas hacen sus cábalas, teorizan y exponen mil formas distintas de hacer frente al COVID/19. Todo se contempla, desde el cómo se cuenta hasta el cómo buscamos soluciones, desde una mirada hegemónicamente masculinizada.
En todo este proceso de gestión, evaluación y análisis de la pandemia, todavía ningún “experto” ha propuesto incluir la perspectiva de género, como elemento trasversal e indispensable, con el que construir un relato indudablemente destinado a tener su espacio en los libros de historia. Una oportunidad, para reparar la desigualdad anclada en nuestro discurso presente y pasado. Una forma distinta de contar mundo. Se abre la oportunidad de desechar los sesgos de género históricos para narrar nuestros propios relatos, teniendo en cuenta el contexto real de todos los actores involucrados, hombres y mujeres.
Ausencia de perspectiva
Maria Solanas, socióloga y comunicadora ha publicado recientemente en el Real Instituto Elcano, un análisis imprescindible para entender el impacto de la crisis del COVID-19 en la igualdad de género. Un texto, que aborda las consecuencias de la crisis del coronavirus en la agenda de políticas por la igualdad, en Europa y en otros países del mundo. Seguramente estén pensando que confinados/as estamos todos/as. Que la crisis no entiende de clases sociales, edad, raza o sexo. Pero ya que ahora tenemos tiempo para la reflexión, pongan en práctica la mirada crítica y coloquen encima de la mesa todos esos datos que intencionalmente el patriarcado entierra. Todas esas historias que transcurren entre la precariedad y el abuso. Entre la invisibilidad y la violencia. Mujeres como nuestra protagonista, inscritas en el registro de anónimas. Nacidas para cuidar y olvidar. Esta es la vida de una de las tantas mujeres confinadas.
Anónima
Ocho de la mañana, suena el despertador y la mujer confinada prepara el café y el desayuno. Antes de salir a trabajar ya le ha dedicado esas dos horas de más (que no le dedica su pareja) a las tareas del hogar (según la última Encuesta de Uso del Tiempo del INE). Cumpliendo con la estadística, no ha salido aún de casa, pero ya ha trabajado un par de horas sin cobrar. Su aportación al trabajo invisible ha sido todo un éxito.
Hay que decir que nuestra mujer es una confinada “a medias”, que agradece cada mañana ser de las pocas que aun conserva su trabajo, aunque para ello tenga que exponerse al COVID (el virus que monopoliza nuestras vidas)y al machismo (otro virus mortal más antiguo que el hilo negro, para el que nadie curiosamente encontró todavía vacuna). Mientras se ata las zapatillas, empieza a pensar que su situación no es tan nefasta como parece, sólo ha tenido un mal despertar. No es autónoma, ni temporera, ni inmigrante, ni prostituta, ni vagabunda… aliviada respira y cierra la puerta. Le hace espacio al miedo, entre la clavícula y el estomago y lo deja dormir, como a sus hijos/as. El peso de saber que su precariedad solo la ve ella, le va restando centímetros a su maltrecho cuerpo.
Se dirige al hospital en el que trabaja. Es mujer, por lo tanto parte de ese 70% de personal que asume la mayor parte del trabajo sociosanitario. Unos datos que nadie parece ver, como el 11% de brecha salarial de los que habla la OMS. Ella y sus compañeras, son las que mayor carga soportan en la atención sanitaria, pero son sus colegas los que están marcando las pautas a seguir con esta crisis y todo lo demás. La OMS también lo ratifica “ellas proporcionan salud global y los hombres lideran”. Lo acaba de leer nuestra protagonista en un grupo de wassap y de repente ha vuelto a encoger un centímetro más. Continua leyendo “ en España, y según los datos más recientes del Instituto de la Mujer, las mujeres representan el 68% de los profesionales sanitarios, y de ellos, el 50% son médicas, el 72% farmacéuticas, el 81% psicólogas y el 84% enfermeras”.
Acaba su tiempo para el almuerzo, se desconecta del wassap y continúa con el trabajo. Es otra de las abonadas a la reducción de jornada para poder conciliar. Esa que parece sólo interesar a las mujeres. Cuidar es nuestra misión en la vida y la del patriarcado enriquecerse a costa de nuestro free work. Así lo siente nuestra confinada, pero decide pensar en otra cosa. Empequeñece tan rápido que está a punto de volverse invisible.
Sube las escaleras del bloque y antes de abrir la puerta respira profundo y se mira compasiva de arriba a abajo. Sorprendentemente nuestra protagonista vuelve a su confinamiento con menos centímetros que cuando salió de casa. No sabe muy bien si estos podrían ser nuevos síntomas del virus. Cierra la puerta y empieza el segundo round. Repasar y corregir las tareas online de su prole confinada, preparar la cena, activar el modo escucha activa que le demanda la abuela… mientras intenta meterse en la ducha, desinfectar todo lo que llega de la calle y mantener cierto orden, en esos 60 metros cuadrados en los que subsiste. ¿Alguien pensó en todo esto cuando se establecieron los protocolos de confinamiento?
La escuela en casa, el trabajo, las tareas del hogar, los cuidados de las personas dependientes… muchos frentes que atender y a los que, nuestra mujer confinada, no llega ni en broma. Ordenar la vida publica y privada de este país en plena pandemia no es tarea fácil, pero el desastre solo irá a más si no atendemos las desigualdades y la imposición de roles tradicionales.
Es el momento de apagar la luz y despedirnos de nuestra mujer anónima. Con ella hemos aprendido que no vale la pena atravesar otra pandemia cometiendo los mismos errores. Que esta crisis no puede abordarse desde un un enfoque neutro, con respecto al género. Que nos gustaría ponerles nombre a todas ellas, a ver si lo conseguimos de una vez. Rebelarnos contra la tiranía de lo urgente, desprendernos de una vida de privilegios. Exigir responsabilidades. Los cuidados son tarea de todos/as, incluido el Estado. Al final siempre se nos acaba escapando lo importante y esta lección ya debería estar superada.