MATERNIDADES INQUIETANTES
Brenda Navarro
Casas vacías
Ed. Sexto piso, Ciudad de México, 2020
161 páginas
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Eva Baltasar
Boulder
Club Editor, Barcelona, 2020
145 páginas
(Existe versión española, de Nicole d’Amonville, con el mismo título, en la editorial Random House)
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Siendo muy distintas en muchos aspectos, Boulder y Casas vacías tienen varias cosas en común. Son novelas, de parecida y breve extensión, publicadas en el primer trimestre de 2020, escritas por mujeres, pertenecientes al ámbito hispánico pero de forma marginal (Baltasar escribe en catalán, Navarro es mexicana residente en España), y que aun sucediendo en ámbitos social y geográficamente dispares, comparten un elemento clave: la maternidad como eje central.
De Eva Baltasar, nacida en 1978 y conocida como poeta, yo había leído ya Permagel (Permafrost se tituló la versión castellana), publicada en 2018. Una primera novela insólita, marcada a fuego por un estilo personalísimo -poético, abstracto, inteligente-, y cuyo rasgo más llamativo, para mí, era la personalidad de la protagonista: una mujer joven, lesbiana, aficionada a los intentos de suicidio -contados con humor negro-, enfrentada a su madre -un personaje un poco decepcionante por lo tópico-, pero sobre todo, reflexiva, solitaria, manipuladora como una araña escondida en un rincón de su tela, y desprovista de cualquier sentimiento de culpa. Me pareció muy significativo, por cierto, que el crítico de La Vanguardia Julià Guillamon le reprochara su “egoísmo”: todo un síntoma de esa exigencia de ser “buena”, complaciente, de adaptarse al papel de “ser para otros” que el patriarcado nos asigna, y que nos persigue hasta el punto de que no solo se exige a las mujeres de carne y hueso, sino también a los personajes que creamos en la ficción. Huelga decir que jamás he leído semejante reproche dirigido a un escritor varón o a sus personajes.
Si Permafrost era buena, Boulder es todavía mejor: más tensa, mejor armada. En ella, una voz -una personalidad- muy parecida a la de la novela anterior cuenta, también en primera persona, unos años en la vida de la protagonista. Se trata en este caso de una mujer joven, cocinera en un barco chileno, que se enamora de una extranjera llamada Samsa (la cual le da a la protagonista el apodo de Boulder, roca en inglés) y se va a vivir con ella a Islandia. La pareja sufre un cierto desgaste con la convivencia, pero lo que la alterará completamente es que en un momento dado, Samsa desea ser madre. No voy a hacer spoiler; solo quiero comentar ese nombre: Samsa. ¿Qué nos recuerda? Evidentemente, a Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis de Kafka, una persona que era normal, hasta que se convierte en cucaracha. Dejo a vuestro juicio cómo interpretar la decisión de la autora de elegir ese nombre para la mujer que se convierte en madre.
Donde en Boulder oímos una voz femenina reflexiva, observadora y controladora, introvertida y fría… en Casas vacías hablan, de forma alterna, dos voces: una angustiada y desolada; la otra angustiada y febril. Corresponden a dos mujeres, una más culta, mexicana que ha residido en España, de clase media, la otra mexicana residente en México, de clase trabajadora. El atisbo que Casas vacías nos da de la realidad mexicana de clase media-baja es tremendo: una cotidianeidad marcada por la violencia en todas sus formas, sea el robo, el secuestro, la violación incestuosa, el accidente laboral (más bien homicidio imprudente) o la agresión física en el seno de la pareja. Una violencia que se acepta con normalidad y que queda siempre impune. Pero la vida más civilizada, en apariencia, en la clase alta mexicana o en España encubre también violencia: desde el racismo hasta el feminicidio, aunque al menos, en este caso, no se salda con la impunidad.
Por las vidas de estas dos mujeres, las protagonistas de Casas vacías, pasan amantes, maridos, empleos, madres y padres, suegros, cuñados, amigas, amigos, compañeros de trabajo, jefes…, pero lo central en ambas historias es el hijo, o los hijos, sin los cuales las mujeres se sienten deshabitadas, “casas vacías”. No puedo concretar más sin desvelar la trama, pero sí quiero señalar que al igual que en Boulder, la maternidad es en Casas vacías una experiencia intensa como un huracán, y que provoca un torbellino de emociones y de acontecimientos… ambivalentes, y a menudo terribles. Decepción, felicidad, hastío, ternura, ansiedad, agresividad, rupturas, y mucha, mucha culpa. A pesar de todo, las protagonistas de este libro buscan la maternidad con desesperación porque es lo único cierto de la vida -o en su vida-. Eso parece querer decirnos este impactante poema de Szymborska, “Vietnam”, que cita Navarro en su libro:
Mujer, ¿cómo te llamas? -No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde eres? -No sé.
¿Por qué cavaste esta madriguera? -No sé.
¿Desde cuándo te escondes? -No sé.
¿Por qué me mordiste el dedo cordial? -No sé.
¿Sabes que no te vamos a hacer nada? -No sé.
¿A favor de quién estás? -No sé.
Estamos en guerra, tienes que elegir. -No sé.
¿Existe todavía tu aldea? -No sé.
¿Estos son tus hijos? -Sí.
Boulder y Casas vacías no son novelas alegres. Pero a mí, leerlas me ha producido verdadera euforia. La que me provoca siempre leer buena literatura -ambas son novelas admirables, espléndidas, la mejor narrativa que he leído en mucho tiempo-, pero en este caso hay algo más: la satisfacción de ver cómo el panorama literario se va poblando de voces femeninas, insólitas, rompedoras, que aportan algo nuevo. (Mencionaré también el orgullo de saber que Brenda Navarro es socia de Clásicas y Modernas.) Especialmente en ese tema, el de la maternidad, que durante tanto tiempo ha estado relegado al campo científico (medicina) o a la subcultura (revistas populares, libros de autoayuda, anuncios de pañales y potitos…). ¡Cuánta intensidad -me quedo pensando-, cuánta variedad, qué infinita riqueza de reflexiones, sentimientos, experiencias…, se ocultaba bajo ese velo, que empieza a alzarse al fin, de silencio y de idealización que la cubría!