¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?
Sobre mi mesa tengo un libro reciente de la editorial DEBATE, que estoy leyendo con verdadera fruición y me está enseñando casi todo sobre economía en estos días de cuarentena que está generando una crisis económica y social, amén de la sanitaria, y que está radicalizando las contradicciones del neoliberalismo, responsable ya de por sí de dichas crisis. La peculiaridad del mismo es que está escrito desde la perspectiva feminista. Y, claro, un texto sobre economía en perspectiva feminista es explosivo, no violentamente, pero sí ideológicamente. Rompe incluso los cráneos más endurecidos. El título no puede ser más original y sugerente y te lleva derechamente a su lectura que, una vez iniciada, te engancha hasta llegar al final: ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía (DEBATE, Barcelona, 2016; 3ª reimpresión, 2019), traducido a 20 idiomas.
Margaret Atwood lo ha calificado de “libro inteligente, divertido y legible sobre economía, dinero y mujeres”. La autora es Katrine Marçal, periodista y escritora sueca, ex directora de opinión y editorialista en Aftonbladet, el periódico más importante de Suecia. La traductora es Elda García-Posada, que ofrece una excelente versión en castellano hace más luminoso el texto.
Está escrito en una prosa fluida y de no difícil lectura, incluidas las personas profanas como yo en el campo económico. Se entiende todo, bueno, casi todo. No es de esos libros de economía, algunas de cuyas páginas tienes que volver a leer para comprender lo que dice. Tiene una buena y muy selecta bibliografía en inglés con los clásicos de la economía liberal –no parece que hubiera mujeres entre sus creadores, mejor- y los críticos y las críticas de dicha economía –aquí sí hay mujeres economistas feministas, entre ellas la propia autora-.
Katrine Marçal empieza por algo básico, que eso sí lo sabemos casi todas y todos. Adam Smith, el padre de la economía liberal moderna, afirmó que no era por la benevolencia del carnicero y el panadero por lo que podíamos cenar todas las noches, sino porque ambos se preocupaban por su propio bienestar y buscaban su propio beneficio.
¿Qué era, para Smith, lo que hacía girar el mundo? Solo y nada más que el ánimo y el deseo del lucro. Nacía así el Homo oeconomicus (Homo con mayúscula como modelo de ser humano, no solo como varón). Es este hombre, cínico y egoísta, quien ha dominado nuestra concepción del mundo desde entonces y su influencia se ha extendido desde la teoría económica del mercado hasta los más pequeños detalles de la vida cotidiana, de nuestra vida cotidiana: la manera como compramos, trabajamos y flirteamos.
Sin embargo Adam Smith, que se despreocupaba de todo lo que tuviera que ver con la vida doméstica, cenaba todas las noches. ¿Gracias a quién? Lo podéis imaginar: a su madre Margaret Douglas, la quinta hija de una familia burguesa, viuda desde los veintinueve años. Ella iba a la compra y le preparaba la cena, y no lo hacía por egoísmo, sino por amor contraviniendo con su actitud generosa y desinteresada la teoría liberal de su hijo. A partir de esta constatación la autora cree que la pregunta fundamental de la economía es: “¿cómo llegamos a tener nuestra comida en la mesa?”.
Estando su madre en el lecho de muerte Adam Smith escribe una carta a un amigo en la que le dice que “sin ella me voy a convertir en uno de los hombres más desvalidos y desamparados de Escocia” Sin embargo esta afirmación no se refleja en sus teorías económicas. Su madre, de la que tanto dependía vitalmente, así como las mujeres en general no aparecen nunca en el pensamiento de Smith. Y eso es considerado por Marçal “un error radical” con gravísimas consecuencias.
Hoy la economía se centra en el interés propio y excluye cualquier otra motivación. Ignora el trabajo no remunerado de crear, criar, cuidar, limpiar y cocinar, considerado el espacio propio, e incluso, el natural de las mujeres. Los economistas dicen que “las mujeres empezaron a trabajar en los años sesenta”. No es cierto en absoluto. Es una de las afirmaciones falsas de la economía patriarcal, que desmiente la realidad. “Las mujeres han trabajado siempre”, afirma Katrina Marçal con contundencia y de manera certera (p. 16).
Lo que ha ocurrido es que ese trabajo no era valorado como tal ni era remunerado. Y cuando las mujeres se incorporan al trabajo fuera del hogar, se les paga menos. Y se justifica, como hizo un europarlamentario polaco en una sesión del Parlamento de Europa, en que las mujeres son menos inteligentes. Katrine, que es sueca, constata que “incluso en estos afamados estados del bienestar las mujeres ganan menos que los hombres y el número de féminas que ocupan puestos de responsabilidad en las empresas es menor que en otros muchos países” ¿Por qué? Porque, dicen, su trabajo tiene menos valor que el del hombre. La misma argumentación que la del europarlamentario.
En Suecia, por ejemplo, el salario medio de una mujer es un 17% inferior al de un hombre, diferencia que viene manteniéndose durante los últimos veinte años. Sobre el porcentaje de mujeres que ocupan puestos de responsabilidad empresarial, Dinamarca ocupa el trigésimo séptimo lugar, Suecia, el vigésimo quinto, y Finlandia, el décimo tercero. Son datos que ofrece Marçal basados en estadísticas fiables.
Los economistas liberales y neoliberales nos han ofrecido un relato interesado sobre el funcionamiento de la economía y del mundo en torno a ella. Durante mucho tiempo nos lo hemos creído a pies juntillas, lo mismo los educados en el catolicismo tradicional nos creímos los dogmas de la fe. Este libre ofrece otro relato alternativo en perspectiva feminista que desmonta el anterior e invita a finiquitar el mito del ser humano como Homo oeconomicus.
Ah, y un último apunte sobre la crisis económica de 2008, que me parece muy pertinente y de especial interés en esta crisis global provocada por el coronavirus, que tiene confinada a casi toda la humanidad, ha provocado el contagio de más de cuatro millones de personas y la muerte de otras cien mil, hasta ahora. Katrina Marça hace una observación muy lúcida: “Lehman Brothers nunca habría podido ser Lehman Sisters. Y lo razona así:
“Un mundo en el que las mujeres dominaran Wall Street sería tan radicalmente distinto del mundo real que su descripción no arrojaría luz alguna sobre este último. Sería preciso reescribir miles de años de historia para llegar al momento hipotético en que un banco de inversión llamado Lehman Sisters pudiera manejar su excesiva exposición a un sobredimensionado mercado inmobiliario estadounidense… No es posible reemplazar, sin más, ‘brothers’ por ‘sisters’”.
Quiero llamar la atención sobre otra idea luminosa de la autora: para formar parte de la historia de la economía hay que asemejarse al hombre económico, que no admite rival, ni competencia. Él es el único referente no solo de la economía sino de lo humano. Y lo demuestra analizando estas tres afirmaciones:
Las mujeres valen tanto como los hombres.
Las mujeres complementan a los hombres.
Las mujeres son tan buenas como los hombres.
Obsérvese cómo en las tres frases la mujer carece de autonomía y de identidad propia, se la compara y relaciona con la masculinidad y tiene que ver con el hombre. Nunca se la define por sí misma, sino en relación con el hombre. La primera frase puede dar la impresión de que a las mujeres se las sitúa al mismo nivel axiológico que al hombre. Pero no es así. El referente del valor es el hombre y solo en la medida en que la mujer se asemeje al hombre se le reconocerá valor. En la segunda frase las mujeres no se definen por lo que son, sino por lo que no son: complementan al hombre. La tercera frase implica que las mujeres tienen una libertad condicional.
Os animo a su lectura. Aprenderéis mucho de economía y os ayudará a desmontar los viejos dogmas de la economía liberal y neoliberal y a descubrir alternativas desde el punto de vista feminista.