Vivian Gornick, una escritora que camina
“La narración es una vereda abierta por en medio de la naturaleza salvaje”. La frase, contundente, afilada como el machete que abriría caminos en la selva, es una muestra del talento de la escritora Vivian Gornick (Nueva York, 1935) para las imágenes relacionadas con su oficio: la escritura. Y con su capacidad analítica para abrirse paso por esa naturaleza salvaje que es el ser humano, sus miedos, sus obsesiones, su búsqueda de un lugar cómodo en la existencia pero que en ocasiones se manifiesta en la más aburrida o prosaica cotidianidad.
Tercera entrega de las memorias de una mujer en lucha con su escritura. Tras los dos espléndidos títulos anteriores, ‘Apegos feroces’ y ‘La mujer singular y la ciudad’, llega esta tercera entrega, ‘Mirarse de frente’, como las anteriores, de la mano de Sexto Piso y en la traducción de Julia Osuna Aguilar.
Gornick se mira de frente al espejo y en el reflejo inevitablemente el lector o lectora ve su propia silueta, pues en la aventura que es mirar atrás, y recordar quién fue, o como llegó a ser la que es, dibuja un mapa cuyos múltiples itinerarios han sido compartidos en todo o en parte por los y las lectoras. Quizá específicamente por las lectoras pues en su experiencia como mujer que despertó a la conciencia feminista, que se quiso dueña de sí, aunque en ocasiones el empeño pudiera conllevar la soledad, está la lucha de muchas mujeres de su generación y posteriores. Con todo, con sus dotes para la psicología que manifiesta en sus libros, el análisis no se reduce a la peripecia femenina. La soledad es uno de sus grandes temas, “soledad era yo diseccionada” dice en otro momento del libro.
Pero esas dotes para el análisis de la condición humana en general y femenina en particular no tendrían por qué dar como resultado buena literatura. Ese don que hace que el disfrute de una obra tenga sentido más allá de su temática y su oportunidad. Y aquí Gornick también demuestra su maestría. “Valoro la expresividad por encima de todas las cosas”, escribe, y si hacemos caso a su relato, esa expresividad que muestra es fruto de un intenso trabajo.
En ‘Mirarse de frente’ la autora mantiene la estructura de los libros anteriores: la de poner el foco en determinados episodios o aspectos del pasado componiendo un mosaico de pequeños relatos. En este caso tanto el titulado ‘Homenaje’, en el que describe su relación de amistad con una escritora de éxito (de nombre supuesto), como el dedicado a la vida universitaria (‘En la Universidad: pequeños crímenes contra el alma’) brillan en el conjunto. Y de fondo, su afición caminar por la ciudad, su necesidad de perderse en sus calles, mirar a la cara de la gente, escuchar sus conversaciones, ejercicio que le ayuda más que a mantenerse en forma, a clarificar su mente y agudizar la pluma para satisfacción de sus lectores.